No está entre las habilidades de mi consciencia recordar los sueños al despertar. Habitualmente, son sólo retazos lo que al abrir los ojos permanece en mi recuerdo. Otras -las menos- consigo recomponer la escena y traer a la memoria algunas secuencias de las imágenes oníricas.
De niña, sin embargo, era cómo si los sueños atravesaran la frontera de la realidad y permanecieran vivos al despertar, conservando durante interminables minutos el terror, el dolor, e incluso las lágrimas, tras haber tenido un sueño triste o una pesadilla.
Me recuerdo cerrando los ojos rápidamente, tratando de dormir de nuevo, para continuar un sueño placentero. Algunas veces lo conseguía y retornaba a ese escenario de ilusión. ¡Era maravilloso volver al ensueño!

¡Vuelo bien! Asciendo lentamente, sopesando cada aleteo, balanceando la espalda, acompañando el suave movimiento con el cuello. Y luego, planeo. ¡Me encanta cuando planeo!
No alcanzo gran velocidad; no me interesa hacerlo. Me gusta disfrutar de esa sensación de libertad, saborearla despacio, como si se tratara de un trozo de chocolate que dejas diluirse lentamente en la boca para alargar su dulzor.
Y es curioso, algunas veces, ya despierta, he tenido la certeza, la absoluta certeza, de que si la razón no se interpusiera en mi camino recordándome mi condición humana, sería capaz de agitar las alas y levantar el vuelo.
- La Paloma, acomodando su cabeza bajo la suavidad de las plumas, cerró los ojos y siguió durmiendo.
soñé que era una mariposa que revoloteaba sin rumbo
libando aquí y allá, satisfecho con mi suerte
e ignorante de mi estado humano.
Al despertarme, bruscamente descubrí sorprendido
que era yo mismo.
Ahora ya no sé si fui un hombre que soñaba ser una mariposa
o si soy una mariposa que sueña ser un hombre.
Chuang Tse – Maestro Taoísta