¿Quién no ha percibido la sutil o aparente alegría que siente quien es mirado, observado, tenido en cuenta?
El entusiasmo del niño que muestra sus progresos y descubrimientos; la vanidad del joven paseando su nueva imagen; el estremecimiento del actor ante la expectación y el aplauso del público; la satisfacción del profesor que se siente escuchado por sus alumnos; la agradecida mirada que el paciente ofrece al médico que escruta minuciosamente su vida entera en busca de algún significado para sus síntomas...
Acaso "el dolor verdadero de la vejez es la ausencia de examen, el horror de vivir sin ser observados". Así lo narra maravillosamente Irvin D. Yalom en un libro que os recomiendo y que a mí, me han regalado: "El día que Nietzsche Lloró"
El entusiasmo del niño que muestra sus progresos y descubrimientos; la vanidad del joven paseando su nueva imagen; el estremecimiento del actor ante la expectación y el aplauso del público; la satisfacción del profesor que se siente escuchado por sus alumnos; la agradecida mirada que el paciente ofrece al médico que escruta minuciosamente su vida entera en busca de algún significado para sus síntomas...
Acaso "el dolor verdadero de la vejez es la ausencia de examen, el horror de vivir sin ser observados". Así lo narra maravillosamente Irvin D. Yalom en un libro que os recomiendo y que a mí, me han regalado: "El día que Nietzsche Lloró"