6.10.10

Gato por liebre

Una tarde en que la melancolía se adueñó de mí, acudí al lugar en el que años atrás había conocido al hombre del que me acababa de separar. Allí me encontré con alguien que parecía interesante. Amable, inteligente, culto, generoso, simpático, tierno... una mezcla poco común. Y escasa.

Sin embargo, algo chirriaba entre tanta lindeza; las versiones de sí mismo y de su fantástica vida, hacían presagiar toda suerte de engaños: que si notario, que si un pisito en Madrid, otro en Santander, un velero en Alicante. Su secretaria, el deportivo, el parador reservado para el fin de semana... ¡menudo partido! Tanta maravilla no podía ser cierta... no. Algo, no cuadraba. Decidí averiguarlo.

Google fue mi mayor aliado en la búsqueda del notario. Difícil escapar a la mirada del dios Google. No hay manera. Como si se tratara de un rasguño, del suave aroma de un perfume sobre la piel, de una marca de carmín en la camisa...  así queda trazada una leve impronta de uno mismo y no hay forma de transitar la actualidad sin dejar la huella de nuestro paseo por ella.

Y encontré la del notario, que no era notario, pero dio la nota. Lo encontré escondido en un BOE transformado en celador. Y lo terrible para mí no fue la pérdida de su posición social o su poder adquisitivo. No. Ni siquiera la pérdida del notario. Lo terrible, lo verdaderamente duro, fue la pérdida de confianza. La liebre resultó ser gato. Un gato que se movía por los tejados de Meetic. Ni corta ni perezosa me abrí una cuenta. Quería ver cómo ronroneaba. 

Mi viaje por las redes sociales comienza aquí, inaugurado por un engaño y una reflexión:  ¡cuánta vida con necesidad de ser reinventada!

1 comentario:

Pensaron volver... ¿volverán?

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